El corazón en la mano

1. Este año que inicia me toma con la guardia fuera de eje. Tengo puesta la mirada en el futuro sin olvidar que debo atravesar el fango tedioso del presente que espera con impaciencia las pisadas de todos. El 2021 se antoja complejo y tengo intenciones de navegarlo a como dé lugar porque no hay rutas de escape. Debo formar parte de este mundo, diría Cormac McCarthy.

2. Luego de un largo año de pandemia tengo pocos ánimos y desearía estar en casa, mejor dicho en mi tierra, al lado del frío mar del que ahora rehúyo pero que extraño hasta la médula. Hace tiempo que no pongo un pie en mi desierto y la nostalgia me hace tragar saliva, ajustar ese nudo que nace en el paladar donde se concentra el reflejo del llanto sin explotar. Creo que dejaré para otra ocasión las diatribas político-culturales pues me doy cuenta, con tristeza, que la crítica sólo interesa cuando golpea. La gente necesita la velocidad de la diatriba y no repara en la ardua tarea de la reflexión.

3. El boxeo es una de mis grandes pasiones. Es una forma del arte que me ayudó a comprender la lógica de la ficción. Es indescriptible ver a un par de sujetos entrar de lleno a la guerra durante tres minutos y calmar la batalla cuando suena la campana. Aunque lo practiqué durante cinco años, siempre supe, como Johnny Cash, que tenía los brazos muy cortos y débiles como para pegarle a Dios; por tanto, mi destino como púgil no tenía futuro.

4. En mi adolescencia pertenecí al establo de boxeo Gaspar “Indio” Ortega en Tijuana, para mayores referencias en el corazón de la Zona Norte, en la Unidad Deportiva Benito Juárez. A tres cuadras de ese lugar entrenaba el campeón del mundo Érik “El Terrible” Morales. Hacia el oriente en la Zona Río estaba la Unidad Deportiva CREA, casa de Rómulo Quirarte, donde entrenaba a grandes campeones ahora en el olvido. En esa unidad deportiva solía correr algunos domingos Julio César Chávez cuando estaba en la cúspide de su carrera. Lo recuerdo perfectamente bien: él iba a paso veloz y no podía moverme ni siquiera para saludarlo porque debía mantener mi formación en fila como cadete del Pentathlón.

5. El boxeo cambió mi vida en muchos sentidos, me ayudó a lograr un punto medio en mi temperamento que era bastante agresivo y, sobre todas las cosas, me enseñó a respetar a los demás; a entender que todos llevamos a cuestas una parte del mundo que en ocasiones nos castra. Las golpizas sobre el ring no las olvidas y menos cuando bajas cubierto en sangre con una gran sonrisa porque no te noquearon, pero descubriste que hay otros que son mejores o superiores a ti. Aprendes a ser humilde a la brava.

6. El boxeo me ayudó a entender, por trillado que suene, que renunciar nunca no es opción y que las críticas deben tomarse con aplomo porque, vengan de quien vengan, debes aprender a sobrellevarlas porque la vida no está fabricada por los dioses para las pieles sensibles que huyen al regazo de los padres cuando la tempestad los cubre. Lo que más amo del boxeo, del verdadero boxeo, es que no puedes mentir.

7. La primera vez que entré al gimnasio fue durante el torneo de los Guantes de Oro del municipio. La entrada costaba 10 pesos. Sobre el ring peleaban dos que no paraban de golpearse, recuerdo que el de pantaloncillos blancos ganó; era un carnicero del mercado municipal de la avenida Niños Héroes. Una semana más tarde estaba listo para entrenar al salir de la escuela. Pagué mi inscripción de 35 pesos, que en ocasiones no cubrí. Me pusieron las vendas y me enseñaron el básico “uno–dos–avanza”; pie izquierdo primero luego el derecho, sin despegarlos del piso. La euforia me ganó y comencé a brincar soltando golpes hasta que me gritaron que iba a ser boxeador no bailarina.

8. En aquellos días podía brincar de un peso a otro sin problema aunque el ligero siempre fue mi peso ideal. Vinieron los primeros golpes sobre el ring, duros, fuertes que mi nariz no olvida, que mi quijada presiente. Llegaba a la escuela escupiendo sangre y sé que les daba asco a los demás pero no me importaba, la soberbia adolescente me hacía sentir parte de algo que los demás no entendían. El box me mantenía tranquilo como ninguna otra cosa, por aquel tiempo estaba en la selección de futbol americano, y ahora que lo pienso prefería pasármela en el gimnasio. Además, las historias siempre fueron increíbles y las fotografías en blanco y negro de las viejas batallas adornaban la oficina del lugar, imágenes perdidas ahora.

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